«POLIS» versus «CIVITAS». La disolución de la ciudad.

Resulta emocionante indagar sobre la transformación del espacio y el tiempo en la ciudad contemporánea. Este recorrido es realizado por  Massimo Cacciari en La ciudad, libro en el que recoge una serie de ponencias sobre la evolución del sentido urbano.

El autor emprende un análisis partiendo de las ciudades de Grecia y Roma, en las que observa una diferencia radical. Navega a través de las diferentes acepciones lingüísticas y etimológicas, desvelando en el mismo lenguaje, el código que le permite diseccionar estas diferencias. Y en ello, resulta fundamental la presencia y la jerarquía del ciudadano frente al sistema.

“Civitas es un término que se deriva de civis, de modo que, en cualquier caso, aparece como el producto de los cives en su concurrencia conjunta en un mismo lugar y en el sometimiento a las mismas leyes. En cambio, en griego la relación es totalmente inversa porque el término fundamental es polis, y el derivado es polites, el ciudadano. Nótese la perfecta correspondencia entre la desinencia de polites y civitas; en el último término se alude a la ciudad, en el primero al ciudadano. Desde el inicio, los romanos consideraron que la civitas era aquello que se produce cuando diversas personas se someten a las mismas leyes, independientemente de su determinación étnica o religiosa».

Cacciari alude al origen de la polis griega como la «unidad de personas del mismo género», mientras que la ciudad romana deriva de la «concurrencia conjunta, el confluir de personas muy diferentes por religión, etnia, etc». Es así como surge una idea fuerte de ciudadanía, no determinada por ningún carácter étnico o religioso, y por eso mismo, capaz de integrar lo diverso. Y esa unión, continúa, es el producto no de un origen común, sino de un objetivo que los une.

Siguiendo con ese argumento, disecciona una de las características fundamentales de lo que será la ciudad europea: el movimiento y la expansión. Un flujo imposible en la dimensión controlada de la polis griega pero que sinembargo se ajusta perfectamente a la voluntad de crecimiento de la civitas romana.

LLegados a este punto, el autor plantea las dos funciones opuestas que definirán las ideas urbanas, señalando la dificultad de coexistencia de las mismas. Las ciudades tendrán que optar por ser definidas por los lugares de ocio (otium) que potencian el intercambio humano, o bien dar la prioridad al negocio (nec-otia), que priorizará la producción y el comercio. Una visión apostaría por la ciudad de los espacios y la otra por la del movimiento y el tiempo.  Cacciari arroja una mirada despojada de prejuicios sobre el futuro de las ciudades, que deberán afrontar esta contradicción sin complejos y sin nostalgias («No habrá más ágora»).

Plantea del mismo modo, la disolución de la forma de las ciudades y de su identidad urbana. En este punto, con una sutil crudeza, analiza la moficación de los centros históricos, convertidos en «una clínica de recuerdos» ante la presencia de una ciudad definida por sus elementos de producción e intercambio.  Una forma urbana que evoluciona hacia una «ciudad-territorio«, homogénea e indiferente, ilógica e indeterminada, ilimitada, en el que la velocidad impide la consistencia de los «lugares» y por tanto, de los recuerdos.  Pero ante esta aniquilación del lugar aparece simultáneamente la necesidad de la psiche, que exige un espacio físico frente a una «métrica meramente temporal». Y esta dualidad, introduce una confusión psicológica en la condición humana, estableciendo reajustes entre lo que el ciudadano quiere ser y lo que la ciudad le permite ser.

Cacciari realiza así un recorrido a través de la historia, repleto de sutilezas,  en la que logra establecer una lógica sucesiva entre la aparición de la ciudad y su lenta disolución contemporánea.